miércoles, 15 de septiembre de 2010

"Una sola Chanel"

Como toda gran leyenda su historia está marcada por la pobreza, el abandono, el amor, la genialidad y la fama.

 Hija natural de un vendedor ambulante y de una dueña de casa de escasos recursos, Gabrielle Chanel nació en un hospicio de Saumur, el 19 de agosto de 1883. En permanente situación de escasez sobrellevó a duras penas sus primeros años de infancia junto a sus cuatro hermanos  


A los seis, su madre murió víctima de tuberculosis y el padre se desentendió de ellos, enviándolos al condado de Auvergene, al cuidado de dos tías. Por eso, su partida de nacimiento está registrada ahí con fecha de 1893.
Con ellas aprendió a coser y manejar el hilo y la aguja con especial habilidad, lo que hizo que, a los 17 años, las monjas del orfanato de Aubazine le consiguieran un empleo como costurera.

De una gran personalidad, nada la detuvo cuando en 1905 resolvió convertirse en cantante de un cabaret, oficio que desplegó por tres años y que la introdujo en el mundo de divertimento y las relaciones amorosas pasajeras.
Su sobrenombre de “Coco”, diminutivo de mascota, se lo debe precisamente a esas tías que la cuidaron, pero otros aseguran que surgió como una suerte de nombre artístico, a partir de las melodías que entonaba.

De la mano de uno de sus primeros adinerados amantes partió a París, y así en 1909 se instaló en un pequeño departamento en el Boulevard de Malesherbes donde rápidamente abrió su primera tienda de sombreros, Modas Chanel.

Siempre apoyada económicamente por sus compañeros de cama, unos años más tarde se instaló en las localidades que frecuentaban los ricos de Deauville, Normandía, (1913) y Biarritz (1916). Recién, en 1920, trasladó a París, en la Rue Cambon, su primera Casa Chanel.

Observadora innata, la estricta moda aplicada sobre las mujeres -que usaban grandes sombreros cargados de animales y flores, corsé y recargados diseños- la hizo desplegar toda su imaginería hasta convertirse en una de las grandes diseñadoras del S XX, tan trascendental como Christian Dior y otros grandes que la siguieron.

Guiada por su espíritu libertario no tuvo complicaciones para vincularse con adinerados hombres de la sociedad europea ni con estrellas del cine
naciente u oficiales nazis o parientes del zar.

Fue el playboy Etienne Balsan quien la colocó con su tienda de sombreros, pero su vínculo con el amigo de éste, el socialité y jugador de polo inglés Arthur “Boy” Capel, fue el que posibilitó su despegue.


 La muerte temprana de éste, quizás su amor más importante, hizo que ningún otro llegará a ocupar su lugar por un tiempo prolongado.

Ambos la convirtieron en la gran dama de la moda, una que rechazó una propuesta de matrimonio, pero no las sábanas, del duque de Westminster. “Ha habido muchas duquesas de Westminster, Chanel hay una sola”, fue su explicación.

Se codeó con grandes artistas y escritores contemporáneos como Pablo Picasso, Igor Stravinsky, el ruso Diaghilev, Goerge Bernard Shaw y Jean Cocteau. Todos vieron en ella a una de las pioneras del feminismo, dispuesta a romper fórmulas y esquemas.

Pese a los años de recesión, en 1931, el magnate hollywoodense Samuel Goldwin la contrató por un millón de dólares para que vistiera a sus grandes musas del celuloide como Katherine Hepburn, Grace Nelly, Elizabeth Taylor y Gloria Swanson.

Coco marcó la pauta de la moda durante los locos años ´20, pero ni siquiera su pasado como enfermera durante la Primera Guerra Mundial, pudieron impedir que su reputación cayera por los suelos durante la Segunda, conflicto que la golpeó en todos sus frentes.

La caída de París en manos alemanas, la obligaron a cerrar sus tiendas en 1939, pero el trasfondo estuvo en su supuesto antisemitismo y su amorío con un miembro de la Gestapo (Hans Gunther von Dincklage), quien la llevó a vivir al hotel Ritz y de ahí, un exilio, en Suiza, durante 15 años.

Recién en 1954 y con 71 años, reabrió su casa de moda, pero ya otros diseñadores de renombre se habían instalado en su sitial. Se mantuvo al frente de ella con un extraordinario dinamismo y adaptándose a las diversas tendencias que recorrían el mundo.

Pero su vida terminó en forma tan impredecible como la vivió. El 10 de febrero de 1971, sola en su departamento ubicado en el hotel Ritz, con vista a la Place Vendome, y a los 87 años, la muerte la sorprendió de noche, diseñando.

Aún así siguió siendo una mujer influyente y creativa, dispuesta a mantener con todo su máxima: la libertad de movimiento. Su cuerpo yace en Lausanne, Suiza, resguardo por cinco leones de piedra.



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